Una mujer amasa pan en una mesa enharinada

Tradwives: ¿por qué idealizamos el pasado?

Yo no sé qué tienen los estadounidenses que les encanta el pasado. Concretamente, el pasado previo a los años 60, década en la que el movimiento feminista cogió fuerza y señaló la raíz del patriarcado: la diferencia sexual. También fueron los 60 los años de la revolución sexual, a través de la cual el colectivo LGBT comenzó su liberación más evidente, que dura hasta hoy. Y fue de 1954 a 1968 cuando las personas negras lucharon por el fin de la segregación en EE.UU. (el movimiento conocido como el Civil Rights Movement en inglés).

Qué bonito ese tiempo en el que el hombre blanco heterosexual sabía a lo que atenerse. Un trabajo -más o menos precario- con el que mantener a su ama de casa, su particular máquina de parir hijos, limpiar suelos, y hornear pasteles de arándanos. Un trabajo en el que poder acosar a la secretaria hasta que esta se casara y dejara de trabajar para convertirse en la ama de casa de otro afortunado. Las oficinas llenas de hombres exactamente igual que él, que comprendían su visión del mundo y que no cuestionaban nada. Criados de los que diferenciarse por el color de piel, y una virilidad sostenida en el abuso de poder de todo aquel que fuera distinto a él. Qué paz vivir en los años 50.

Bien es cierto que la historia de los 50 en España, al igual que los ojos con los que la miramos, es muy distinta. Ser ama de casa no tiene el egusto glamuroso de EE.UU. cuando pensamos en la dictadura y las restricciones violentas con las que se obligaba a las mujeres a ese destino. Aunque no es del todo comparable, recuerda un poco a la dicotomía del patriarcado de coacción (la dictadura franquista) y el patriarcado de consentimiento (el adoctrinamiento de las mujeres en el sueño americano que las colocaba a ellas en el rol de amas de casa como ideal femenino, y cuando no lo soportaban las medicaban con psicofármacos).

Dibujo de cuatro mujeres cocinando un pastel
Un dibujo de cómo solían lucir las amas de casa de los años 50

Sin embargo, me he decidido a escribir este artículo porque hoy en día, especialmente las generaciones más jóvenes, se mira a EE.UU. con los ojos enturbiados de purpurina. Seguimos queriendo sacarle brillo a nuestra vida con el sueño americano, a pesar de que este está rasgado, sucio y huele mal.

Sobre todo después del éxito de Barbie (2023), pero en realidad ya desde antes, la estética hiperfemenina ha estado cogiendo fuerza. El rosa, los lacitos, los colores pastel y los vestidos de granjera de los mundos de yupi han aumentado en popularidad.

El soft femme está de moda, pero el problema es que no es solo una estética lo que se populariza, sino todo lo que esa palabra femme lleva asociada: la dulzura, la delicadeza, la sumisión.

En parte como reacción a las mujeres empresarias de la generación de nuestros padres, que priorizaron el trabajo frente a su familia (a pesar de que ellas cargaban con la doble jornada igualmente) porque no querían acabar como nuestras abuelas, llegan las tradwives, con sus vestidos de gasa, su estética modesta y femenina y su convencimiento de que el tiempo pasado fue mejor.

¿Qué es una tradwife?

En principio las tradwives son mujeres que se dedican a ser amas de casa. Ya está. Mujeres que creen en los roles tradicionales de género y, por lo tanto, optan voluntariamente -mito de la libre elección, ejem, ejem- por quedarse en casa cuidando del hogar y la familia. Sin recibir remuneración por ello, claro. Entre sus valores principales están la obediencia, la sumisión y la modestia.

Sin embargo, a mi parecer, las tradwives conocidas por serlo rompen con la idea misma que intentan vender. No solo se dedican a ser amas de casa, sino que publican su «día a día» en las redes y lo romantizan, vendiendo la idea de que ser ama de casa es lo mejorcito que hay. Si se te ocurre la idea de que tu vida es comercializable por redes, la modestia no debe ser una de tus características particulares, por no hablar del dinero que ganas a raíz de tu trabajo de influencer si tienes éxito.

Aunque ser ama de casa puede ser estupendo -y precario- para algunas mujeres cuya vocación sea la de mantener el hogar y a los hijos, no es el ideal para todas. Además, ser ama de casa (es decir, no tener un sueldo propio) acarrea una serie de problemas que las tradwives de redes sociales nunca cuentan. Eso sin tener en cuenta que una ama de casa que no tiene ayuda difícilmente podría sacar tiempo para editar vídeos durante horas para subirlo a redes y promocionar productos con ellos.

Por lo tanto, las tradwives que crean tendencia son más que amas de casa. Sí, hacen tareas del hogar mientras se graban: juegan con sus hijos, les visten, hornean un pastel, o cocinan un plato con una pinta maravillosa. Pero nunca salen limpiando suelos ni fregando platos. No son tareas muy romantizables, como tampoco lo sería tener a un hijo llorando de fondo mientras intentas enseñar el nuevo vestido de hada que te has comprado.

Lo tradwifey es el culmen de las redes sociales: una mentira que se cuenta de manera tan bonita que nos olvidamos de todas las partes que no vemos.

En especial la parte en la que las tradwives de redes están en realidad cobrando por su trabajo, con lo cual pueden permitirse una niñera, una limpiadora y abandonar a su marido si la cosa se pone fea.

¿Ser tradwife es sostenible?

Seamos honestas: ser tradwife no es sostenible para la gran mayoría de la población. La situación económica no es lo que era en los años 50 de EE.UU., y aun entonces el modelo de ama de casa «relajada» solo era asequible para un grupo reducido de la población: las familias de clase media que pudieran pagarse una sirvienta o una cocinera (lo cual se traducía, en general, a familias blancas pagando a mujeres negras para hacer el trabajo duro de mantener el hogar). Hoy ni siquiera las familias de clase media alta suelen darse el lujo de que la mujer no trabaje fuera del hogar.

Por lo tanto, como todos los estilos de vida que se venden por redes sociales, lo tradwifey es un modelo aspiracional más que real. Un modelo que está diseñado para ser poco asequible y, por lo tanto, mantener a la mayor parte de las mujeres preguntándose qué pueden hacer (qué pueden comprar) para acercarse más al ideal. Creando insatisfacción en la vida a nuestro lado de la pantalla, las influencers y las marcas que las usan de publicistas, y a su vez el capitalismo en general, logran vender más. Cuanto menos a gusto estemos con nuestra vida, más vamos a comprar, y esas cosas.

Una mujer recogiendo plantas de lavanda
La manera en que se vende la vida de tradwife varía mucho de influencer a influencer: algunas son amas de casa de ciudad, otras de campo. Te muestran su casa impoluta y perfectamente decorada, o los campos por los que se pasean para recolectar algunas hierbas que usará en su guiso de esa noche.

Además, como he mencionado, las mujeres que se dedican a ser tradwives, no son realmente tradwives. No se dedican exclusivamente a las tareas del hogar: ¿sino cómo tendríamos horas y horas de contenido en redes sociales? Son empresarias, empresarias que trabajan desde casa haciendo cosas que tienen que ver con el cuidado del hogar para vender un producto: el romanticismo de la sumisión femenina. Y ya de paso también los productos de las marcas que les pagan o que ellas mismas han fundado. Es decir, tienen su propio dinero.

Sin embargo, ellas venden la idea de ser completamente sumisas a los hombres y renunciar al trabajo remunerado para hacerlo solo en el hogar. Ellas podrían escapar de un matrimonio infeliz o abusivo si quisieran porque están ganando dinero de romantizar la dependencia económica de las mujeres. De otras, claro. Las mujeres que aspiran a lo que ellas venden, posiblemente no podrían, puesto que no tendrían un salario, no tendrían dinero propio.

¿Por qué aspirar a ser tradwife puede ser problemático?

Quedarse en casa cuidando del hogar y la familia puede sonar ideal para muchas mujeres. Nos educan para priorizar eso, los cuidados y, por lo tanto, en casa es posible que nos sintamos en nuestro sitio. Atrás quedarían el politiqueo, los procesos de selección para cualquier trabajo, las jornadas de 8 horas y los jefes abusivos.

Las tradwives usan multitud de argumentos y estrategias para convencer a otras mujeres de que ese estilo de vida es el mejor. Desde la glamourización del hogar a los dogmas crisitanos, todos tienen de base el mensaje de que en casa y obedeciendo se vive mejor, más tranquila. Según ellas no estamos hechas para el frío mundo laboral y nosotras, por ser mujeres, tenemos una mejor capacidad para el cuidado. Que eso nos da cierto poder en la relación: uno tiene el poder del dinero, y otra el poder de decisión en la casa. Esto no es nuevo. Véase la típica frase de «mi mujer es la que parte el bacalao». Sin embargo, a poco que se rasque bajo la superficie se ve que ese presunto poder es muy limitado. Quien realmente puede decidir es quien tiene el dinero.

¿Qué pasa si la familia feliz se vuelve cada vez más infeliz? ¿O violenta? ¿Qué pasa si la tradwife quiere dejar de ser wife? Estoy segura de que muchas de las jóvenes planteándose ser tradwives pensarán sencillamente que eso a ellas no les va a pasar. Que ellas creen -y sus (futuros) maridos también- en el «juntos hasta que la muerte nos separe». Sin embargo, nadie puede leer el futuro, y echándole un ojo a las estadísticas está claro que la mayoría de los matrimonios no son tan felices como desearíamos. Incluso aquellos que duran.

No tener independencia económica significa limitar tu libertad a niveles que pueden llegar a ser peligrosos. Significa que no te puedes marchar cuando te canses de su condescendencia o sus pequeñas faltas de respeto. Tampoco cuando se acueste con su secretaria. Ni siquiera cuando le dé un puñetazo a la pared. Con muchas dificultades, quizá puedas marcharte cuando te dé el puñetazo a ti y puedas recurrir a servicios sociales, pero no creo que quieras llegar a ese punto.

¿A qué se debe el auge de las tradwives?

Si tan terrible es ser tradwife, ¿por qué hay cada vez más mujeres interesadas en ese modelo de vida? Bueno, amigas, la respuesta (o al menos una de ellas) es: nuestro amigo el capitalismo.

¿Quién quiere realmente verse explotada 40 horas semanales para luego llegar a casa y tener que realizar todas las tareas en las ridículas horas libres que quedan? Nadie. Absolutamente nadie. Pero para la mayoría de nosotras es indispensable hacerlo porque necesitamos el dinero y queremos nuestra autonomía. Sobre todo teniendo en cuenta cómo se nos ha educado en general en las últimas décadas: sé independiente, mantente sola, pero sin renunciar a todo lo que supone la familia en el marco patriarcal tradicional. Es agotador, y no me extraña que haya mujeres que opten por uno de los dos extremos: no tener hijos ni dedicarse a cuidar la casa (contratando a una limpiadora) o dedicarse solo a cuidar la casa y tener hijos. El punto intermedio es insostenible y nos resta años de vida, por no contar con los años que nos quita antes de morir, siempre de aquí para allá, al servicio de la empresa y luego de la familia.

En este tiempo de extrema politización, no es de extrañar que quienes tienen ciertas ideas más conservadoras (ya sea por creencias religiosas o porque prefieren vivir en el campo y practicando la slow life por ejemplo) opten por el modelo tradicional del marido que gana dinero fuera de casa y la mujer que se queda en ella. Desmantelar el sistema explotador con éxito parece cada vez más imposible.

El sistema parece blindado, especialmente en EE.UU. Cada vez se hace más difícil imaginar que el capitalismo vaya a desaparecer. Ni siquiera parece creíble que vaya a aflojar la soga al cuello a no ser que una causa de fuerza mayor lo pare, como por ejemplo una crisis climática imposible de tapar. Y aun así, yo apostaría porque este sistema que es como una hidra de mil cabezas, se reinventaría. Lo reinventaríamos nosotros.

Una mujer amasa pan en una mesa enharinada
Una de las cosas más parodiadas de las tradwives es su obsesión con hacer pan a partir de masa madre

Por lo tanto, no es de extrañar que las personas busquen alternativas individuales para paliar el malestar de la explotación constante. Especialmente en EE.UU. donde el individualismo es extremo. Unirse para derrocar este sistema económico parece imposible.

Este malestar convive con la idea de que todo tiempo pasado fue mejor. Es una deformación psicológica habitual para el ser humano, y si además se romantiza ese tiempo pasado, el anhelo crece. En EE.UU. el estilo de los 50 aparece incluso en series adolescentes, como Riverdale, otorgándole glamour a un tiempo que en realidad fue altamente opresivo. Las tradwives tienen éxito en redes no solo por su ideología, sino por su cuidada estética vintage: ellas, su ropa, su casa, todo es bonito y retro.

La belleza externa ofusca la realidad de lo que supondría ser una esposa tradicional, hace atractiva la trampa.

¿Por qué lo llamo trampa? Porque una vez se toma la decisión de ser una tradwife cada vez será más difícil escapar de esa vida. Ser tradwife para quienes no tienen millones de seguidores en redes sociales supone renunciar a ingresos propios. Es decir, te atas a esa situación porque abandonas el recurso principal para salir. Cuanto más tiempo pasen en esa situación, más lejos quedará la posibilidad de ganar dinero propio, más esfuerzo requerirá. ¿Y si tu marido, ahora que te tiene a su servicio, no quiere que vuelvas a trabajar nunca y tú no tienes dinero? ¿Y si las cosas se tuercen para él, si le despiden? Ya es complicado para las madres que no dejan de trabajar más que por la baja por maternidad reengancharse al mercado laboral como «si nada hubiera pasado» (porque, obviamente, algo sí ha pasado), imaginaos para una mujer que lleva años sin trabajar fuera de casa. Yo contrararía a una madre de 3 como asistente, por ejemplo, pero no sé si esa es la opción más frecuente.

Una vez optas por hacerte tradwife escapar de esa decisión se hace progresivamente más difícil.

Y sin embargo, no es imposible salir. Varias mujeres han logrado abandonar relaciones abusivas que se fueron cimentando gracias al progresivo aislamiento de la tradwife en casa: sin dinero y dedicándose a todo lo que está «dentro» del hogar, cada vez hay menos contactos fuera. Lo primero siempre es conseguir dinero. Ya sea gracias a los servicios sociales o a conseguir un trabajo, necesitamos asegurar nuestra supervivencia y la de nuestros hijos antes de poder escapar.

Pero aunque sea posible, eso no significa que sea fácil ni deseable. Esas mujeres podrían (hipotéticamente, porque sabemos que abandonar una relación abusiva requiere de más que de dinero) haberse marchado mucho antes si hubieran tenido dinero. Se hubieran ahorrado mucho tiempo de violencia y del estrés de no saber si sus planes van a funcionar, de si será suficiente, de si podrán mantenerse.

El idilio del ama de casa es muy bonito en teoría. A mí personalmente me encantaría poder estar en casa, dedicándome a aquello que me llena, decorando mi hogar y escribiendo, sin preocuparme del dinero. Sin embargo, es un timo. Ningún ama de casa vive realmente así porque en casa siempre queda algo por hacer.

He visto a muchas mujeres empeñarse en limpiar toda la casa antes de sentarse a escribir, a puntar, a leer y tú sabes lo que ocurre con las tareas domésticas, que nunca terminan.

Clarissa Pinkola

No es solo un fraude, es peligroso. Pone a las mujeres –qué casualidad que apenas hay tradhusbands– en una situación de vulnerabilidad extrema. Ni siquiera hace falta imaginar una relación abusiva para verlo. Una relación infeliz ya resta de por sí años y calidad de vida, pero ¿cómo vas a irte sin dinero y renunciando al ideal que habías construido en tu cabeza?

Por todo esto, creo que la moda nueva de las tradwives que bebe, desgraciadamente, de algo tan positivo como revalorizar lo femenino, es dañina para las mujeres. Es un ejemplo más de cómo el patriarcado se reinventa: ¿queréis apreciar el trabajo que ha sido históricamente responsabilidad de las mujeres y ha estado muy poco valorado? ¿Queréis que se valoren los cuidados? ¿Estáis cansadas del mito de la girlboss? Pues aquí tenéis: vuestra opresión disfrazada de liberación y paz.

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